El primero que comparó la pintura con la poesía fue un hombre de sentimiento refinado, que se dio cuenta del efecto semejante que ambas artes producían en él. Sintió que las dos representaban las cosas ausentes como si estuvieran presentes y la apariencia como si fuese realidad, que ambas engañan y que el engaño de ambas es placentero. Un segundo buscó penetrar bajo la superficie de este placer y descubrió que en ambas el placer procedía de la misma fuente. La belleza, cuya idea deducimos en primer término de los objetos corporales, posee leyes generales que se pueden aplicar a más de una cosa: a las acciones y a los pensamientos, así como a las formas. Un tercero, que reflexionó sobre el valor y la distribución de estas reglas universales, se dio cuenta de que algunas predominan en la pintura, otras en la poesía, y que por ende, en este último caso, la poesía podía ayudar con explicaciones y ejemplos a la pintura, y en aquel otro caso, la pintura hará lo mismo por la poesía. Esta obra trata sobre las fronteras de la pintura y la poesía, sobre sus posibilidades y sobre muchos otros temas relativos al arte antiguo que Lessing plantea como “incidentales”, pero que, de hecho, le sirven para realizar una crítica a varios de los grandes autores de su época, entre ellos a Winckelmann. En el Laocoonte, Lessing cuestiona la identificación que algunos autores de su época hacían entre poesía y pintura, que va, a su entender, en menoscabo de ambas. Para comprar da click aquí.