El material biográfico del staretz Sophrony (1896-1993) se reduce a muy poco: es un pintor ruso que ha vivido una experiencia inusual de Dios al abrigo de un maestro venerado, el staretz Silouan (o san Silvano), en la montaña del Athos; muchos años más tarde, en 1959, él mismo fundará en Essex, no lejos de Londres, el Monasterio de San Juan Bautista. Como ruso, es testimonio inmediato tanto de la Revolución soviética como de las dos guerras mundiales. Y queda sobrecogido por la intensidad de los sufrimientos del mundo. El en otros tiempos pintor –segundo trazo esquemático de su biografía– sigue en él, pero de modo latente: lo arrancó de sí en aras de su entrega exclusiva a Dios. Y es, sobre todo, un monje en la presencia de Dios.
De su misión en este mundo nos habla indirectamente en la autobiografía: «A muchos en la tierra se les ha concedido la felicidad de ver esta maravillosa Luz. La mayor parte de los beneficiados han guardado esta bendición como el secreto más preciado de su vida y, fascinados por este tesoro, han pasado al otro mundo. A otros, en cambio, se les ha ordenado testimoniar a sus hermanos, próximos y lejanos, esta alta realidad». Esta misión coincidió con su nombramiento de padre espiritual en el Athos, tarea en la que empleó su vida durante muchos años. A partir de esta aclaración podemos entender el carácter claramente teológico del ministerio del staretz Sophrony, que impregna las páginas de este libro. Sabía que le había sido concedida una extraordinaria capacidad de formulación. Su existencia quedó tan comprometida en ello que podríamos calificarla de teológica.