El deseo parece antojadizo. Deberían resultar de ello un desorden profundo y una actividad imprevisible. Sin embargo, nada menos caprichoso que la sexualidad. Cuando titula su ensayo "Orden sexual", Gérard Pommier se refiere a su potencia implacable. La naturaleza parece haber decidido ya sobre el sexo, pero la relación simbólica con los ascendientes influye en la anatomía hasta subvertirla a veces por completo. La determinación significante muestra ser decisiva. El deseo sexual se impone a cada cual, que responde a él como puede, con más o menos ímpetu, sin saber de dónde viene su fuerza. Lo hace ignorando lo que tal potencia debe al amor. Precisamente en la distancia que media entre el amor y nuestra ignorancia de él está la fuerza de ese orden, al que nos sometemos aun antes de darnos cuenta de que se nos imponía. Habrá que ahondar, pues, a partir de la identidad sexual, en la espe...leer más