Luego de cometer un crimen surge el remordimiento y el temor que no dejan en paz al criminal, y que lo obligan a recurrir a ritos y ceremonias religiosas para expiar su culpa. Todo lo que debilita o perturba nuestra constitución interna promueve los intereses de la superstición; y nada hay más ruinoso para ella que una actitud valiente y firme, que nos preserva de funestos y tristes eventos o nos enseña a sobrellevarlos. Por el contrario, cuando nos entregamos a las ingobernables sugestiones de nuestro angustiado corazón, toda clase de barbaries y caprichos son atribuida al Ser supremo. Y los sacerdotes, en lugar de corregir estas perversas ideas se han mostrado a menudo dispuestos a fomentarlas y alentarlas, y cuanto más extravagantes son las pruebas de aceptación que ella exige más necesario resulta que abandonemos nuestra razón natural y nos entreguemos a su guía y dirección espiri...leer más