Hoffmann llega a Berlín el año 1814, y su misma llegada está ya marcada por la ambivalencia. Por un lado, le llena de alegría llegar a la capital. Por otro, el regreso a Berlín supone la vuelta al trabajo como magistrado, el fracaso de sus tentativas de ganarse la vida como músico. Sus estudios de derecho, su carrera en el ámbito de la administración de justicia le habían supuesto desde siempre más bien un problema, un ganapán necesario, pero que le apartaba de sus intereses reales, artísticos, musicales.
La obra de Hoffmann, inquietante transcripción poética de una actividad fantástica y alucinadora, alcanzó una resonancia inmensa. Para escritores como Baudelaire o Balzac aquélla encarnó el verdadero espíritu romántico alemán.
También los cuentos de Poe y las primeras obras de Dostoievski son un testimonio de su influjo.