Grace Paley (Nueva York, 1922 - Vermont, 2007) vivió entre dos culturas: la de sus padres, inmigrantes judíos rusos, y la de la gente de la calle, que le proporcionaba el material para sus escritos. Su obra es breve —gran parte de su tiempo lo dedicó a la política—, pero la situó en un destacadísimo lugar entre los escritores norteamericanos: «Grace Paley es a la narrativa lo que Sylvia Plath fue a la poesía norteamericana. Recuperada por el feminismo, es la demostración práctica de que las mujeres pueden aportar a la literatura ironía y humor» (Marta Pessarrodona); «Representante egregia del humor judío mejor actualizado, Grace Paley lo es también de la más rica tradición del cuento norteamericano. Narradora de excepción» (Leopoldo Azancot); «Magnífica. Opera con criterios libérrimos, aplicando las soluciones que le dicta su propio instinto anárquico o su voluntad soberana. No tiene desperdicio» (Robert Saladrigas, La Vanguardia); «Imprescindible. Una manera de entender la literatura que no cree ni en los principios ni en los finales, y mucho menos en lo unívoco de las líneas rectas. Es el lenguaje el que convierte a estas vidas en algo tan único, tan especial, tan curvilíneo e imprevisible» (Sergi Sánchez, El Periódico); «Una de las narradoras más extraordinarias de la segunda mitad del siglo XX. Relatos sagaces, irresistiblemente cómicos y de gran profundidad humana» (Cecilia Dreymüller, El País); «Cuentos cargados de humor, directos, agudos, expresivos. Un mosaico humano complejo, muy gracioso y de implacable honestidad» (Mariana Enriquez, Página/12).