Joseph Joubert nació en Montignac-le-Comte y murió en Villeneuve-sur-Yonne en 1824. En 1778 se estableció en París. Ferviente defensor en un primer momento de la Revolución, con algunas de cuyas instituciones colaboró estrechamente, se sintió más tarde, debido a algunos excesos, decepcionado. En 1800 conoció a Chateaubriand, quien sería uno de sus mejores amigos, al igual que Louis de Fontanes. Durante el Imperio, y gracias a las recomendaciones de este último, consiguió un puesto de inspector de universidades y, poco después, de consejero. Según Sainte-Beuve, no abandonó durante esa etapa «sus lecturas, sus sueños, sus charlas, bastón en mano, prefiriendo pasear diez millas que escribir diez líneas». Caminar y aplazar la obra, ése parece ser el lema de Joubert, a quien Maurice Blanchot dedicara uno de sus textos más encomiásticos: «Joubert y el espacio», incluido en El libro por venir (1959), y del que sólo teníamos en español hasta hoy la breve, pero excelente, selección de sus pensamientos que en 1995 llevara a cabo para la editorial Edhasa Carlos Pujol.