A pesar de su corta existencia —murió asesinado antes de cumplir los cuarenta años—, Malcolm X sufrió durante su vida numerosos y profundos cambios. Vivió su infancia en plena depresión, pasó su adolescencia en el gueto de Roxbury (Massachusetts), y su traslado a Harlem supuso para él entrar a formar parte del mundo del hampa. Allí se convirtió en desvalijador de apartamentos, atracador, traficante de droga y proxeneta. El siguiente paso fue la cárcel, en la que pasó siete años, durante los cuales reflexionó sobre los problemas raciales, devoró cuantos libros caían en sus manos e inició epistolarmente sus contactos con Elijah Muhammad, dirigente de la Nación del Islam.
Salió de la cárcel convertido en un hombre dispuesto a dedicar su vida por entero a la lucha por la igualdad entre negros y blancos en Norteamérica, siempre a través de sus creencias religiosas y su fidelidad incondicional a Elijah Muhammad. Sin embargo, acabaría distanciándose de éste a raíz del asesinato del presidente Kennedy. A partir de ahí, Malcolm X se convertiría en el más carismático líder de los afroamericanos, esgrimiendo una filosofía y una forma de ver los problemas raciales que contrastaba por su radicalismo con el enfoque de Martin Luther King. Antes de ser asesinado tuvo tiempo de dejar plasmadas sus ideas en esta autobiografía, para cuya redacción contó con la inestimable colaboración del escritor afroamericano Alex Haley.