Raymond Queneau (1903-1976) fue narrador, poeta, autor teatral, ensayista, autor de canciones, pintor, actor, guionista, traductor, periodista, matemático y editor en Gallimard, donde llegó a dirigir su mítica colección La Pléiade. Pero sobre todo fue, como se suele decir en este tipo de biografías —esta vez con toda la razón—, uno de los autores más singulares de la literatura universal del siglo xx. Entró y salió del grupo surrealista en los años veinte, y empezó su trayectoria como autor en 1933 con la publicación de Le Chiendent, pero no conoció el éxito hasta la publicación en 1942 de Mi amigo Pierrot. Políglota y apasionado por las lenguas, sentó las bases del neofrancés, con una sintaxis y un vocabulario típicos del lenguaje oral y una ortografía más o menos fonética. No triunfó. Escribió los famosos Ejercicios de estilo(1949) bajo el influjo de El arte de la fuga de Johann Sebastian Bach. Loco de las ciencias, entró a formar parte de la Sociedad Matemática de Francia en 1948 y decidió aplicar reglas aritméticas a la construcción de sus obras. A finales de los cuarenta coincidió en el mítico Saint-Germain-des-Prés con un editor que le convenció de publicar novelas con seudónimo, cosa que haría con las tres obras firmadas por la maravillosa Sally Mara. Por esa época fue nombrado sátrapa del Colegio de Patafísica —sociedad de investigaciones eruditas e inútiles—, y a principios de los cincuenta accedió a la Academia Goncourt que otorga el premio del mismo nombre. En 1959 publicó la novela que lo convertiría, para sorpresa suya, en un autor popular, Zazie en el metro, llevada al cine magistralmente por Louis Malle. En 1960 fundó con François Le Lionnais un grupo de investigación literaria llamado Seminario de Literatura Experimental, semilla del célebre e influyente Oulipo o Taller de Literatura Potencial, que reuniría a autores y matemáticos que se autodefinían como «ratas que se construyen ellas mismas el laberinto del cual se proponen salir». Su última gran obra fue Las flores azules, traducida al castellano por nuestro tradhumor de Sally más íntima, Manuel Serrat Crespo.