Fue poeta, peregrino, amigo y maestro, además de personaje controvertido e incómodo, determinante para la intelectualidad en lengua alemana de la primera mitad del siglo XX. Buscó compañeros y discípulos a los que ganar para la poesía, para sí, y a los que enseñó y reformó por medio del poder y de la magia de la palabra. Casi como respuesta a la crisis del lenguaje que se había proclamado a finales del siglo XIX, George creía en la fuerza transformadora del poema aislado y de la belleza en todas sus formas de representación, lo que incluye su política editorial.
Su voluntad artística le llevó a rechazar todo aquello que no fuera susceptible de convertirse en arte, que le impidiera fusionar vida y obra, y le guió en su búsqueda del silencio como atmósfera de lo enigmático —imprescindible para la creación y preservación de lo sagrado—, donde la moral y el orden tradicional burgueses no tenían cabida. Sus textos, cuando no claves para la comprensión de la cultura en lengua alemana, continúan sorprendiendo tanto por su riqueza temática y formal como por su belleza.