La narrativa permite detenerse en los mismos lugares, en los mismos destinos en que fueron apareciendo, como una ráfaga sobre el escenario, estos personajes. En el teatro las palabras no se detienen, las frases más que en el papel quedan en la tensión del aire. Fue la fugacidad del encarnar sus vidas en el actor lo que me suscitó seguirlos, cuando sus facciones se desmaquillan y el camerino se apaga, ir más allá de sus diálogos dramáticos, de sus argumentos clausurados, para venir a encontrarlos ya sin el refugio actoral, arrumbados en la memoria, las suelas de sus zapatos desgastados de ir y venir por sus sueños, y a modo de responso prosaico despedirlos. Con gratitud por revelarme sus pequeñas tragedias cotidianas, por su deambular conmigo, con la compañía de teatro La Zaranda, por tantos rincones del tiempo y del mundo.