Consentir: por mucho tiempo pensé que el acto de consentir ponía de relieve la intimidad más grande, mezcla de deseo y voluntad, cuya verdad residía en un yo profundo. Cuando escuché la palabra consentimiento en recintos políticos, en el Parlamento europeo, en debates televisivos, en discusiones asociativas, comprendí que ella penetraba en el espacio público como un argumento de peso. El consentimiento se ha impuesto como una palabra clave, la palabra hecha para abrir la puerta de las preguntas. En materia de libertad o de igualdad de los sexos, hay que proclamar su opinión, a favor o en contra, luego dar sus razones. Por o contra la paridad, por o contra la prostitución, por o contra la diferencia o la indiferencia de los sexos. Nos sumamos a elegir y ruidosamente. El resto, la demostración, pasa a segundo plano: tanto el afecto marca la historia sexual. Prefiero, por mi parte, dejar...leer más