Aquí la forma es contenido, el contenido es forma. No hay que leerlo, o más bien no es sólo para ser leído. Es para ser mirado y escuchado. Sus textos no son acerca de algo; son ese algo. Cuando el sentido es el sueño, las palabras se van a dormir. Hay un punto que debe quedar en claro: la belleza de Obra en curso no solamente se presenta en el espacio ya que su aprehensión adecuada depende tanto de su visibilidad como de su audibilidad. Este texto es un extracto por antonomasia del lenguaje, la pintura y los gestos, con toda la inevitable claridad de la antigua articulación. Aquí aparece la salvaje economía del jeroglífico. Las palabras no son ya las amables contorsiones de la tinta del imprentero del siglo 20. Están vivas. Se abren paso a empujones hacia la página, y brillan, arden y se extinguen.