Ninguna flor o pájaro de magnífico plumaje nos confronta con el misterio de la experiencia estética como ver a una madre amamantando. Entramos a tal espacio como lo hacemos a una catedral, silenciosamente y con la cabeza descubierta. La experiencia estética de la madre con su bebé es ordinaria, regular y normal, pues tiene milenios por detrás, desde aquel primer momento cuando el hombre vio por primera vez al mundo como bello. Y sabemos que esto data desde la época de la última glaciación.