Nunca antes el arte había sido más visible, más presente y más decisivo que hoy, y nunca había sido, al mismo tiempo, en tal magnitud parte de los procesos sociales: una mercancía, un entretenimiento, una opinión, un conocimiento, una acción. La omnipresencia social del arte va de la mano con la creciente pérdida de aquello que podemos llamar su fuerza estética. «Fuerza» -a diferencia de nuestra «potencia racional»- aquí se refiere al estado inconsciente, lúdico, entusiasta, sin el cual no puede haber arte alguno. La reflexión filosófica sobre este estado lleva a Christoph Menke a la determinación de categorías estéticas —obra de arte, belleza, juicio- y a la proyección de una política estética, es decir, de una política de la libertad de lo social y de la igualdad sin determinación.