Existe un malestar de los museos, creciente y variado: existe el malestar físico, el de las interminables colas, el de la muchedumbre agitada que se agolpa ante cuadros cuya historia, significado y trascendencia ignora, el de los empujones, los ruidos y las cámaras de fotos; y existe otro malestar de los museos, más profund o y grave, que lo acompaña: el de su función desvirtuada por la deriva mercantil y consumista de la que el museo se ha convertido en estandarte, el de la vacuidad de sus fastuosas arquitecturas, el de la pérdida del valor pedagógico de sus colecciones ?o del arte en último término?, el de la perversa negligencia del Estado respecto a sus obligaciones hacia el patrimonio cultural, compartido y universal.