Entre todas las aventuras que relata Casanova en sus Memorias, quizá las más libertinas sean los amores cruzados con dos monjas, un embajador de Francia y nuestro autor por protagonistas. Como dice Mauro Armiño en su prólogo al presente volumen: «A lo largo de 1754 y hasta los primeros meses de 1755, esas relaciones a cuatro bandas en una Venecia de máscaras y góndolas nocturnas, de apartamentos preparados con espejos para el disfrute directo o indirecto, dan lugar a la aventura lujuriosa por excelencia de un Casanova que cumple uno de los sueños de todos los seductores desde la Edad Media: romper los barrotes del convento y seducir pese a tocas y hábitos a una esposa de Cristo».
Cinco años después, cuando Casanova cuenta treinta y cinco años, se encuentra en Francia con otra monja que tiene el mismo nombre, los mismos hábitos y parecido rostro…