Si Pavese tenía razón, si todo auténtico escritor es espléndidamente
monótono, cada esplendor pide indagar en qué radica su monotonía.
John Coetzee, un escritor de imaginación nada restringida, es
pródigo en recursos, en tratamientos, y discreto en usarlos. Lo
espléndidamente monótono en estos tres argumentos diversos,
escritos en momentos muy diferentes, es la agudeza de la percepción,
la suficiencia de las descripciones, la atención a la materia y
sus mecanismos, la escritura flemática que solo a veces trasluce
cierta ironía y aborrece del alarde persuasivo, del sarcasmo y la falsa
piedad, pero no del arranque de amor o de cólera. La lengua de
Coetzee es un ojo indefectible para la fatalidad, la realimentación
de la desdicha, la dañina ridiculez del deseo de dominio (de los
demás, de sí mismo) la inventiva de al...leer más