Más que una historia que la contiene, la literatura tiene la forma de un viaje donde se expande. La primera escala puede haber sido en Grecia, en el barco de Ulises. Pero nadie puede afirmarlo, y aparte nadie debería tratar de hacerlo: seguro antes hubo otros puertos aún ignorados, otras sirenas que escuchar.
En vez de la anatómica prescripción del canon, ¿por qué no rendirse a un orden más lúcido y azaroso, que detecta los encuentros clandestinos de los escritores, los parentescos sorpresivos, las mezclas más insólitas? No hay literatura sin asombro, no hay lector, auténtico lector, sin el descubrimiento de una filiación inesperada. Cada vez que eso sucede, la historia de la literatura se reinicia y es un poco más joven.
Naturalmente, no hay viaje sin valija. La de Frankenstein, ese monstruo hecho de tantas partes, es la de todos los escritores: Sarmiento, Mary y Pe...leer más