De Quincey, que nunca cruzó el Canal, que nunca levantó la mano contra nadie, fue uno de los grandes aventureros ingleses, a quien una botella de láudano transportaba del silencio de su biblioteca a reinos más extraños que el Perú. El azar de una lectura lo movió a recrear los duelos, persecuciones y naufragios de una muchacha, de la sombra de una muchacha, a la que dio vida no con documentos que no se ocupó en leer, sino con su propia imaginación, espléndida y atormentada.