Difícilmente podría uno argüir ingenuidad en el caso de una mujer tan astuta: debemos asumir que no estaba realmente interesada en la filosofía de la ciencia. Las leyes de la evidencia, la distinción entre descripción, modelo, teoría y sistema de notación, las diferentes clases de proposiciones definitorias: nada de esto le interesaba. En parte por modestia, porque para ella su trabajo meramente complementaba y clarificaba el de Freud y nunca reconoció el enorme salto que había dado en lo tocante al método o al modelo de la mente. Solía sentirse ofendida y asombrada por la hostilidad que despertaba, pues pensaba que se trataba solamente de antagonismo a sus ideas, tal como Freud se sentía en su aislamiento inicial.