Es uno de los filósofos más importantes del siglo XX. Ya desde su primera obra, Espíritu de la utopía, se puso de manifiesto la que sería su preocupación fundamental: el estudio del concepto de utopía en todas sus manifestaciones. La profundización en el legado filosófico de Marx (que para él no puede desligarse de la relación con Hegel, el único filósofo al que Bloch dedicó una monografía, Sujeto-Objeto. El pensamiento de Hegel) le llevó a intentar ampliar de manera original las posibilidades teóricas del marxismo hasta convertirlo en un «marxismo utópico», verdadera encarnación de la «utopía concreta». Las principales preocupaciones de Bloch quedaron reflejadas en su obra más significativa, El principio esperanza, verdadera síntesis de su pensamiento. Su preocupación por la dimensión religiosa del ser humano le llevó a escribir una monografía sobre Thomas Müntzer (Thomas Müntzer, teólogo de la revolución) y una de las más apasionadas reconsideraciones de la religión desde la teoría marxista, El ateísmo en el cristianismo. La fidelidad a sus propias ideas condujo a Bloch a emprender a menudo el camino del exilio: en Suiza, durante la primera guerra mundial; por diversos países europeos, durante la época del nacionalsocialismo, hasta llegar a los Estados Unidos, donde permaneció en los años de la segunda guerra mundial. Finalizada la guerra, fue profesor en Leipzig, pero sus desavenencias con el régimen de la República Democrática de Alemania le llevaron a instalarse, a raíz de la construcción del muro de Berlín, en Tubinga, donde acabó sus años de docencia.