Federico Manuel Peralta Ramos nació rubio y de ojos celestes, jugó al polo, actuó en cine y en TV, trabajó en radio y en gráfica, fue casi arquitecto, pintó, hizo escultura, performance, happening y se exhibió a sí mismo como obra de arte, fundó la religión gánica, refundó una ciudad (¡Mal de Plata!), organizó la última cena, fue diagnosticado de “psicodiferente”, vendió un buzón, inauguró una muestra en una sala vacía, quiso exhibir un toro, expuso duchampianamente cuadros y objetos ajenos, compuso canciones, grabó un disco, cambió sin querer las bases de la beca Guggenheim, cobró sueldo “de hijo”, regaló dinero, murió joven y escribió sin llegar a publicar un libro que se titularía Del infinito al bife y en el que consignaría poemas, boutades y platos favoritos.
“Soy un ser inverosímil e inenarrable”, decía de sí mismo uno de los artistas conceptuales más desconcertantes de l...leer más