Solemos pensar —escribe el autor— que los movimientos fundamentalistas contra la evolución son una tara exclusiva de Estados Unidos, una peculiaridad suya que no debe preocuparnos a quienes vivimos en países sensatos con religiones flexibles y relativamente modernizadas. Pensamos que el creacionismo militante ni siquiera es un fenómeno general, pues sólo se restringe a los seguidores de ciertas sectas protestantes en las regiones más profundas y catetas de Yanquilandia. Es una bobada más entre muchas otras que inventan en ese país de chiflados, ¿no? Además, allí cuentan con buenos intelectuales y excelentes científicos, y todos ellos forman una piña en contra de este asunto. Estamos bastante tranquilos al respecto, pero, ¿no es cierto que, tarde o temprano, muchas de las estupideces cultivadas en los fértiles Estados Unidos acaban arraigando con fuerza en el resto del mundo?