Se experimenta a la vez que una impresión grata, un penoso sentimiento, viendo que en nuestro siglo en que se han legado a borrar las diferencias de señor y esclavo, en que se han hecho desaparecer las odiosas distinciones de razas y colores, todavía es temerario, imprudente y hasta peligroso pedir que se corre la triste diferencia en mala hora establecida entre el hombre y la mujer, esa distinción odiosa de los sexos. ¿Cómo ha llegado a perpetuarse hasta nosotros una reliquia de tiempos que no alcanzaron ni al bautismo fraternal del cristianismo, ni a la regeneración por las ciencias del derecho? Nacida esa distinción de los dos sexos a la sombra de la fuerza, se ha sostenido merced una educación viciosa que hace al hombre mirarse desde la cuna como un ser superior a la mujer. Desde los primeros años se le hace palpar en el seno mismo del hogar esa desigualdad antojadiza, a él se le ...leer más