Nacido en Ginebra, autodidacta de formación, músico de efímero éxito, su nombre saltará a la fama literaria cuando en 1750 la Academia de Dijon premie su provocativo Discurso sobre las artes y las ciencias. Inicialmente colaborador de la Enciclopedia y amigo de sus principales promotores, se irá distanciando de ellos a través de la elaboración de una gran trilogía que figura entre lo más influyente de todo el Siglo de las Luces francés: La nueva Eloísa (1760), Del contrato social (1762) y Emilio (1762). Después de su muerte se publicarán sus amplios escritos autobiográficos: Confesiones, Diálogos y Ensoñaciones del paseante solitario. La Revolución francesa lo convertirá en uno de sus iconos intelectuales y el reconocimiento culminará con el traslado de sus restos al Panteón en 1794. Desde entonces, su influencia ha sido constante, aunque de signo muy diverso. Emilio es el libro que Rousseau proyectó como el núcleo central de su pensamiento, bajo la insólita forma literaria de una novela pedagógica. En el libro IV de esta obra el autor insertó el texto de la Profesión de fe del vicario saboyano, un escrito que parece tener una historia propia y en el que se recogen las convicciones básicas de Rousseau respecto a la religión y a los fundamentos de la moral. Se trata de uno de los temas más rigurosamente elaborados de la obra de su autor, y fue la causa inmediata de las condenas del libro, primero en París y Ginebra, y después en gran parte de Europa, convirtiendo a Rousseau en un prófugo de la justicia errante por diversos lugares.