En lugar de celebrar que las determinaciones humanas (como el cuerpo o el lenguaje) hayan quedado liberadas de los añadidos simbólicos, revelando a la vez el azar de fondo sobre el que descansan (y que nos iguala radicalmente), lo habitual será agitar el espantajo de las consecuencias catastróficas de la «crisis de identidades». La nostalgia por los criterios nítidos de ordenación, aunque con conciencia de su pérdida irreversible, caracterizará precisamente la figura del «último hombre», esbozada por Nietzsche. El cínico contemporáneo, del que habla Sloterdijk, o los «bobos» (burgueses bohemios) de David Brooks serán variaciones de esta figura parasitaria de la llamada crisis de valores. Un poco de tradición y un poco de crítica, pero no por afán de síntesis, sino para no quedar mal con nadie. Asumiendo voluntariamente vivir en compartimentos estancos, la idea de libertad dominante no...leer más