Susana Bercovich quiere salir.
Salir de una identidad femenina que, según los clichés habituales, reduce a la pasividad y al masoquismo.
Salir del Edipo y de los formatos pseudo-psicoanalíticos.
Salir del “binarismo”, es decir de toda identidad sexual, siguiendo a Leo Bersani y David Halperin.
Salir de todo tipo de teorías, e ir a jugar y a danzar, reemplazar la conferencia por el performance.
Salir de su consultorio de analista para ir al encuentro de los zapatistas de Chiapas y de las mujeres de Ciudad Juárez, “un extremo del mundo” y de los feminicidios.
Salir de la violencia, de la pareja de víctimas y victimarios, del sadomasoquismo, de la servidumbre voluntaria, o no, y de la dominación.
Salir de las ilusiones del amor, esa “brújula engañosa”, que demasiado a menudo incita a encontrar “dicha en la esclavitud”, como en Historia de O.
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